Volvemos a vivir confinados en casa, lejos de las calles y las plazas que constituyen el espacio público de la ciudad. Separados de la naturaleza a los que muchos de nosotros habíamos acudido masivamente en este periodo de interconfinamientos.

Posiblemente nunca antes había quedado tan claro hasta qué punto necesitamos los espacios naturales para tener una vida sana y de calidad. Y esta percepción puede ayudarnos a mirar desde una nueva perspectiva cómo nos relacionamos con los espacios naturales de nuestro pequeño país.

La apuesta por la extensión urbanística llevada a cabo desde los años sesenta, que fue vista en su momento como fuente de riqueza y es la base sobre la que se sostiene el imaginario romántico de tantos catalanes (la segunda residencia con el huerto en plena naturaleza), bajo el confinamiento aparece iluminada con otra luz. ¿Hemos arrinconado en exceso a la naturaleza? Y es que la otra cara de la extensión urbanística es el agotamiento de los espacios naturales, especialmente en la costa. En Cataluña, el 59% de los primeros 100 metros de la franja costera están urbanizados en núcleos de población compactos (pueblos y ciudades) y difusos (casas unifamiliares, hoteles, cámpings). Si no se cuenta la longitud de los dos extremos de Cataluña, el delta del Ebro y el cabo de Creus, la proporción de costa urbanizada sube ¡hasta el 81%! Y buena parte de esta ocupación ha tenido lugar en una sola generación. Hemos sido casi más rápidos que la covid-19.

Es la hora de desurbanizar para recuperar la naturaleza y los entornos naturales. Y a corto plazo generaría empleo

Diario el País

No ha sido un crecimiento suave. Intercaladas en este periodo de expansión fulgurante se han sucedido varias crisis inmobiliarias, la última de las cuales (y una de las más importantes) tuvo lugar recientemente, a finales de la década pasada. Una crisis que nos dejó como recuerdo multitud de urbanizaciones aprobadas sobre el papel y no ejecutadas, y kilómetros de tramos de asfalto en plena naturaleza, trufados de farolas y mobiliario urbano abandonado. Proyectos arruinados y ruinosos, que hieren la naturaleza de los entornos de tantos pueblos y ciudades sin reportar ningún beneficio. Al contrario, devalúan sus entornos y decrecen su valor.

Por eso quizás ha llegado la hora de desurbanizar para recuperar la naturaleza, de apostar por un fondo de desurbanización y renaturalización de los entornos naturales. Sería bueno para todos. A corto plazo generaría empleo (por una vez crearíamos empleo quitando cemento, no poniéndolo) y revalorizaría los entornos consolidados de los municipios, en beneficio de sus habitantes y de los visitantes que encontrarían entornos naturales en mejores condiciones. A medio plazo disminuirían los costes de mantenimiento y el riesgo de accidente de estos espacios abandonados; y a largo plazo, si acompañamos el cambio con proyectos de usos de los espacios recuperados, podrían constituirse como excelentes ejemplos de la transición ecológica que necesitamos.

En París un día soñaban el cambio social al grito de “bajo los adoquines está la playa”, hoy en pleno confinamiento podríamos soñar que “bajo la urbanización está el futuro”.

Miquel Ortega Cerdà es Físico y Doctor en ciencias ambientales. Investigador vinculado al Instituto de Ciencias y Tecnologías Ambientales de la UAB.

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